<
Fotograma de la película “Enemigo” (2013 ) que nos lleva a la pregunta…¿Qué nos define como personas individuales y únicas?
¿Por qué?, porque no supimos integrarnos todavía. Es decir, con suerte conseguimos reconocernos y reconocer a algunas personas como luz…, pero solo a algunas personas. Y si para Dios todos somos iguales y nos ama de la misma manera, es imposible que podamos ser admitidos en su seno si «opinamos» distinto de Él y hacemos distinciones entre unas almas y otras. No hemos adquirido la comprensión necesaria, la vibración acorde, para gozar de un reposo sin fin en los brazos del Creador.
Es así como el mandato de amar a los enemigos es mucho más que una sugerencia ética: es un imperativo trascendental; algo radicalmente imprescindible en aras de nuestra liberación final.

Puede llevarnos muchos años o vidas esta conquista, pero todo se simplifica si partimos de la base de que todos nosotros somos luz disfrazada con algún tipo de traje que nos embarra, resultado de distintas complicaciones en que nos hemos metido. El juego de complicaciones entre humanos permite tanto que surja amor y amistad entre nosotros como que surja enemistad y antipatía, dependiendo de las compatibilidades o incompatibilidades en que hayamos entrado, según las resonancias que se produzcan entre nuestras respectivas características temporales.
Debemos recordar siempre que ningún ser humano hace daño a otro si se siente pleno y feliz, pues la plenitud invita a la generosidad, la bondad, la simpatía. Los seres humanos nos hacemos daño cuando nos falta algo, cuando afrontamos nuestras propias luchas internas y el otro nos parece una piedra adicional en el camino: patada a la piedra y que no moleste.
La comprensión de que quienes de algún modo nos hirieron estaban o están confrontados con sus propias luchas y sus propios dilemas, perdidos por las callejuelas de un laberinto angustioso, debería bastar para encender en nosotros la llama de la compasión. Si el tiempo y el espacio no existen y estamos todos ya en Dios, todo eso que nos hirió, o por lo que herimos, obedece tan solo a un desequilibrio temporal del que nos veremos liberados. Y cuando nos veamos entre nosotros sin el disfraz de barro, sin las máscaras de gárgola con que fuimos asustados y asustamos, y nos contemplemos entre nosotros como plena luz, ningún antagonismo será ya más posible. Dios no deja nunca de saberlo; nosotros lo hemos olvidado, pero solo por un tiempo. Cuando también lo sepamos, con todo nuestro ser, estaremos integrados, y la paz de que podremos gozar será ya definitiva (presuntamente).

Así pues, atención a esos enemigos, a esos anodinos, a esos antipáticos. Si no hacemos todo lo que se nos ocurra para quererlos un poco más, estaremos perdiendo una ocasión de oro de dar un gran salto evolutivo.
© Francesc Prims Terradas
Llegir aquest article en Català
[divider]
Comentarios recientes